Érase una vez, en el corazón de Quito, Ecuador, donde las calles empedradas susurraban secretos y las estrellas pintaban el cielo nocturno, vivía un hombre legendario llamado Cantuña. Su historia estaba tejida en el mismo tejido de la ciudad: una historia de coraje, astucia y un pacto con el Diablo.
Cantuña no era un hombre ordinario. Poseía un don raro: la visión de un arquitecto y las manos de un constructor. Cuando los franciscanos buscaron construir el atrio de la Catedral de San Francisco, recurrieron a él. Pero el tiempo era corto y el plazo se acercaba. Si el atrio no se completaba a tiempo, Cantuña no recibiría ningún pago.
A medida que los días se esfumaban, la desesperación se asentaba sobre Cantuña. Las piedras se acumulaban, el progreso era lento. Y entonces, una noche sin luna, el mismo Diablo apareció, una sombra en la luz de la luna, con ojos brillando como brasas.
“Cantuña”, susurró el Diablo, “yo puedo terminar el atrio de la noche a la mañana, a cambio tu alma será mía.”
La desesperación nubló el juicio de Cantuña. Aceptó el trato, y el Diablo convocó a una legión de demonios obreros. Trabajaron a través de la oscuridad, dando forma a la piedra, tallando patrones intrincados y construyendo el atrio con velocidad sobrenatural.
Con el amanecer acercándose, el atrio estaba completo: una obra maestra de piedra y sombra. El Diablo sonrió, listo para reclamar el alma de Cantuña. Pero nuestro astuto héroe tenía un as bajo la manga. Mientras el Diablo se regodeaba, Cantuña desprendió una sola piedra de la pared y la escondió.
“Mira de cerca”, dijo Cantuña, señalando la piedra faltante. “No cumpliste tu parte del trato. Nuestro contrato es nulo.”
La ira del Diablo no conocía límites. Desapareció en una nube de humo, derrotado por la astucia de Cantuña. El atrio quedó como un testamento tanto de la habilidad humana como de la astucia.
Así que, valiente mío, recuerda la historia de Cantuña. Cuando te enfrentes a la oscuridad, usa tu ingenio. No confíes en tratos con diablos, sino en tu propia ingeniosidad. Porque las leyendas nos enseñan que incluso en la hora más oscura, un corazón astuto puede burlar a las sombras.
Ahora cierra los ojos, y déjate llevar por los sueños. Que la luna guarde tu sueño, y que despiertes en un mundo donde el coraje y el pensamiento rápido iluminen tu camino. Buenas noches, mi pequeño tesoro.